Cuando Hitler sentenció que bombardearía a Inglaterra en la segunda guerra mundial, el primer ministro de ese país Winston Churchill, citó a una rueda de prensa y un periodista le preguntó ¿Mr. Churchill, usted no está preocupado ante el inminente ataque Alemán?, a lo que este le respondió ¿usted cree que ante el inminente ataque alemán a mí me da tiempo para preocuparme?
No todas las personas tienen la capacidad para manejar sus emociones en situaciones amenazantes como Churchill. La razón por la cual nos preocupamos la explica el Doctor LeDoux neurocientífico de la Universidad de Nueva York quien concluyó en sus investigaciones que son mayores las conexiones nerviosas que van desde la amígdala cerebral ubicada en el sistema límbico o centro de las emociones a la corteza o cerebro racional, que las que van de la corteza a la amígdala; por esta razón te bloqueas.
Cuando tu cerebro se enfrenta a una amenaza física, sentimental, laboral o económica que se escapa a tu control, se genera un estado de preocupación; esto se explica, porque la información de peligro llega primero a la amígdala cerebral, la cual libera cortisol, estimulando el sistema de alerta del organismo y preparándolo para la lucha o la huida, por lo que la sangre fluye del cerebro hacia las extremidades superiores e inferiores, esto obliga al corazón a bombear más sangre aumentando su presión en el torrente sanguíneo, lo que puede contribuir a una crisis hipertensiva y a la aparición de ansiedad, insomnio, fatiga, y cansancio físico y emocional entre otros. Es decir, tu sistema emocional y en concreto tu amígdala cerebral, son las primeras en detectar una amenaza y en activar en ti la preocupación.
Igualmente, cuando estas preocupado, el área prefrontal de tu cerebro, no tiene la misma irrigación sanguínea por lo que se torna demasiado sensible y ve amenazas por todas partes, limitando la capacidad para tomar decisiones, se te dificulta concentrarte, tienes fallos en la memoria y hay perdida de la de atención.
Se comienza a recuperar el equilibrio emocional, cuando el sistema límbico estimula la corteza cerebral para dar aviso a las estructuras mentales superiores que tome el control y comienza a racionalizar la situación; es decir, tu cerebro está diseñado para preocuparse primero y .pensar después.
La preocupación es una respuesta adaptativa porque te informa que algo no está bien en tí o en tu entorno, pero cuando vives preocupado puede afectar la salud física y emocional. Es posible modular la preocupación aprendiendo a regular la actividad de la amígdala y estimular el área prefrontal de la corteza cerebral encargada de las funciones ejecutivas, mediante técnicas terapéuticas efectivas de entrenamiento mental producto de investigaciones neurocientíficas y de la psicología experimental, las cuales pueden llevarte a tomar decisiones más racionales y como lo hiciera Winston Churchill, podrás aprender a ocuparte en lugar de preocuparte.
Dr Jaime Acosta – Movil +57 3045660217
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