Existen dos tipos de hambre; la física y la emocional. La física se produce por la simple necesidad que tiene nuestro cuerpo para comer y lograr su adecuado funcionamiento. En cambio, la emocional aparece como respuesta a situaciones que generan ansiedad, estrés y en algunos casos depresión, con el fin de llenar vacíos, o bien por una búsqueda del placer inmediato.
El cerebro aprende asociando, y de niños muchas veces nos premiaron con dulces o con la comida preferida cuando nos portabamos bien y nos los quitaban al portarnos mal. En la edad adulta, por lo general una invitación, un paseo, una celebración como muestra de gratitud, aceptación o reconocimiento está asociada con dulces y comida. La mayoría de los encuentros o eventos los incluyen en sus actividades y al igual que de niños, cuando no nos invitan o nos rechazan es como si fuera un castigo.
Por lo tanto, en muchos casos los dulces y la comida pueden tener para el cerebro una representación simbólica de amor, aceptación, cariño o afecto. Cuando existe incertidumbre, pérdida de control, vacíos afectivos o falta de aceptación social el cerebro compensa simbólicamente esas carencias emocionales comiendo así no tenga hambre y además de la compensación emocional lo relaciona con placer lo que hace que la conducta se repita y sin darnos cuenta creamos malos hábitos alimenticios que se traducen en sobre peso u obesidad.
Sabemos que el estrés liberan cortisol y este hace que se aumenten los niveles glucosa y de insulina generando mas deseos de consumir comida rica en azucares y grasas. Y como la comida es rica, el cerebro descarga una neuro hormona llamada dopamina u hormona del placer y la felicidad, activando los circuitos de recompensa cerebral, lo que puede terminar en una adicción a la comida.
Equivocadamente algunos centros de adelgazamiento y tratamientos médicos y nutricionales se centran en la obesidad o el sobre peso como fuente del problema, ignorando que ¡el sobre peso y la obesidad no son el problema!, muchas veces son la consecuencia del hambre emocional y como no se va a la causa raíz, comienzan a prescribir medicamentos y/o dietas nutricionales o someten a las personas a cirugías, que si bien es cierto, ayudan, mientras no se complementen con una terapia psicológica que los entrene para que aprendan a mejorar su auto estima y adoptar mecanismos de auto control emocional, todos los tratamientos están condenados a tener resultados parciales y el peso que se reduce con estos procedimientos nuevamente se recupera cuando aparece el hambre emocional.
Muchos profesionales de la salud pretenden cambiar hábitos alimenticios dando consejos y prohibiciones y está demostrado, que ni las recomendaciones médicas, ni las nutricionales se cumplen en forma sostenible, porque las emociones no siguen consejos ni recomendaciones. Lógico, que si tenemos las emociones aplacadas es más fácil seguir dietas, hacer ejercicios y acatar recomendaciones; pero el júbilo de los progresos iniciales y la esbelta figura puede durar hasta que aparecen los eventos angustiantes, preocupantes y estresantes que si no se controlan, todo el esfuerzo y el compromiso se va para la porra. Eso explica en parte el por qué la poca adherencia a los tratamientos
Nosotros somos seres EMOCIONALES y estas no se controlan con consejos, ameritan un entrenamiento mental serio para aprender a gestionarlas y modificar los malos hábitos alimenticios. De lo contrario, se tendrán resultados parciales de sube y baja, tipo yoyo, sometiendo al organismo a un desequilibrio y la cura puede ser más mala que la enfermedad.
Dr Jaime Acosta. Contacto +57 3045660217
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