El optimismo es un precursor de felicidad y protector de muchos trastornos psicológicos como la depresión, el estrés, la ansiedad; el optimista tiene la habilidad para centrarse en los aspectos positivos de su realidad sin negar la parte negativa de la misma, aprende de sus tragedias y se apalanca en ellas para transformarse, tiene la capacidad de presupuestar ganancias emocionales pero también las posibles pérdidas y esto le permite afrontarlas mejor.
Todo en exceso es malo y cuando hay un optimismo desbordado, aparecen los optimistas tóxicos que viven con un disfraz permanente de felicidad, siempre están súper bien, te dicen que el dolor y la tristeza no deben tener cabida en tu vida, aunque actúan con buena intención, te hacen sentir que si no eres optimista, eres débil y sus frases favoritas son “no te estás esforzando lo suficiente”, “ supéralo», «la debilidad no es de valientes”, “ no hay razón para estar triste», «tienes que ser fuerte” sin brindarte una solución, como si tu quisieras sentirte débil o con esas palabras resolvieras tus problemas. Los optimistas tóxicos, no admiten los desajustes emocionales, por eso se les hace absurdo tu tristeza y caen en el reproche, lo que en lugar de ayudarte te hacen sentir más mal de lo que estas.
No es que esté mal ser optimista o utilizar frases de motivación, son de mucha ayuda, lo que es contraproducente es no tener tacto y satanizar el sufrimiento humano, ignorando que una buena salud mental, inicia con el autoconocimiento de tus emociones sin negarlas, debido a que estas, tienen una función adaptativa y cuando las sabes gestionar, te brindan una gran utilidad para lograr objetivos en las diferentes áreas de tu vida.
El psicólogo Martín Seligman popularizó el término “psicología positiva”, y mucha gente cogió ese discurso optimista y lo promovió, a partir de allí surge una proliferación de motivadores, autores y empresas, que son auténticos mercaderes de la felicidad y tienen millones de seguidores en sus redes sociales, pero en algunos casos han abusado de este discurso optimista, hasta extremos contraproducentes.
Las charlas motivacionales y las frases positivas del tipo “vamos, puedes con todo”, te venden “humo ilusorio” y son bien recibidos en el momento, pero después de una charla puedes salir pletórico de optimismo pero a las horas o pocos días, el efecto del anestésico que te venden se pasa y vuelves a ver la vida en la misma perspectiva de antes o peor por la frustración de no saber cómo salir de tu estado.
Los optimistas tóxicos, desconocen las diferencias individuales y descontextualizan el mensaje; los discursos de motivación son más útiles cuando te sientes bien que cuando te sientes mal, puesto que cuando te sientes mal, lo que menos necesitas es que te digan que “la vida es bella”. Así mismo, ignoran que interpretas la realidad de acuerdo a tus creencias y buscas argumentos para validarlas, es decir que por más que te digan que “la vida es bella” si crees que esta una porquería, siempre confirmarás tus creencias a menos que las restructures, lo que no se logra con un discurso motivacional, sino mediante herramientas terapéuticas.
Reitero que las charlas de optimismo pueden ser útiles en momentos determinados, es mejor eso, a ser portadores del infortunio; pero pueden ser contraproducentes cuando predican un optimismo tóxico del «todo se puede», no todas las personas pueden alcanzar las mismas metas utilizando los mismos métodos, cada cabeza es un mundo y amerita un trato diferencial, por lo que es conveniente promover un optimismo más realista, de acuerdo los recursos psicológicos y condiciones de cada persona.
Es importante enfrentarte a los problemas de una manera madura, reconocer las dificultades para transformarlas en oportunidades, ante la frustración buscar nuevos desafíos, sostener el dolor con dignidad y gestionar tus recursos para superarlo. De una manera optimista, por supuesto, pero realista.
Dr Jame Acosta – Móvil +57 3045660217
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